Pienso en la privatización de los espacios, en cómo las corporaciones se han apropiado de lugares que deberían ser de carácter público.
Atrás ha quedado la costumbre de poner a los sitios culturales, deportivos o de espectáculos títulos emblemáticos, históricos, referenciales, es decir, que recuerden, evoquen o signifiquen algo importante para la población, como lo han hecho a lo largo del tiempo nombres como Estadio Azteca, Teatro Esperanza Iris, Palacio de los Deportes, Toreo Cuatro Caminos, Plaza México, Arena Coliseo, Estadio Corregidora…
Ahora, en cambio, vemos lugares como Foro Sol (por la cerveza), Centro de Convenciones Banamex, Expo Bancomer Santa Fe, Cuervo Salón (por el tequila) o Estadio Omnilife (aunque nadie le llame así).
En los recientes Juegos Panamericanos de Guadalajara surgió toda una lista de lugares con nombres de empresas: Estadio Telmex de Atletismo, Centro Acuático Scotiabank, Complejo Nissan de Gimnasia, Complejo Telcel de Tenis…
Este tipo de títulos provoca que al mismo tiempo que se indica el lugar del espectáculo, acto cultural o deportivo, se haga publicidad de una marca, es decir, la simple pronunciación del nombre se convierte en un promocional.
Con este recurso las empresas han logrado en cierta forma adueñarse de los espacios populares. Ya no importa poner un buen nombre, sino promocionar una marca. Es la omnipresencia de la publicidad en nuestras vidas, aun en los lugares a los que uno se va a olvidar un poco del mundo cotidiano.
morel
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