lunes, 30 de noviembre de 2009

La farsa, el circo




Vivo en Iztapalapa. Soy un ciudadano indignado y exijo a esos políticos que se regodean en su circo, en su farsa, en su mediocridad y en su miseria, que paren el espectáculo. Me dan pena ajena. Estoy harto de ellos, estoy hasta la madre de ustedes que se la pasan jugando con la voluntad de la gente. No aguanto (y eso que soy muy tolerante) que dos personas, las facciones políticas y sus intereses, se estén peleando por un cargo de representación popular como si fuera un pastel, un tesoro del que sólo importa obtener el mayor provecho y la mejor utilidad. No puedo concebir que una de las delegaciones más empobrecidas, más marginadas, con tantos problemas, esté entre vaivenes y arrebatos como una preciosa joya, por culpa de esa gente. ¿Y sus habitantes? Que se chinguen, que sigan en el atraso, que sigan sin educación, que los sigan manipulando cada elección a través de despensas, de la ocupación ilegal de terrenos baldíos o áreas naturales para viviendas, de componendas, de cargos públicos, de ascensos. Que sigan siendo parte de la masa, pero no ciudadanos que piensen qué es lo mejor para ellos. Tanta politiquería me da asco, la detesto; tanta falta de interés en el bienestar y en el desarrollo de los iztapalapenses me repugna. Estoy seguro de que ni siquiera les importamos, que sólo quieren demostrar su fuerza política, que sólo desean tener más poder, que sólo piensan tener el control de un delegación más, que nada más buscan utilizar a la demarcación a favor de sus intereses, para hacer más relaciones, conseguir más adeptos y subordinados a través de la corrupción, para buscar un pastel más grande en la próxima elección.

Recuerdo que a Rafael Acosta lo conocí a finales de mayo de 2007, en un peculiar concurso de belleza organizado por Jesusa Rodríguez para conmemorar el Día Internacional de Acción por la Salud de las Mujeres y pedir la destitución del entonces presidente de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, José Luis Soberanes. Todas las "misses" eran hombres, a Rafael Acosta le tocó representar a "Miss Mota", era el peor vestido y el más ridículo. Desde esa época datan sus atentados contra la estética y su simpatía por el mal gusto. Desde ese tiempo, el movimiento obradorista lo usaba para montar sus bufonadas que ahora ya no le parecen graciosas. De Brugada sólo tengo memoria de que en sus inicios en la negra política, hace más de siete años, vivía o tenía su centro de atención ciudadana a unas cuantas cuadras de mi casa, en la colonia Fuego Nuevo, cerca del Cerro de la Estrella. Muchas veces vi afuera de dicha vivienda un cartel con su gran cara sonriente.

Pero ya no quiero saber más de ellos.

Que el pinche Juanito y la fea de Clara Brugada vayan a chingar a otra parte, que vayan a andar de argüenderos lejos de aquí, que dejen de molestarnos. Ya estuvo bien de tantas pendejadas. Que se larguen con sus terribles chistes, con su malabarismo, con sus payasadas, con sus discursos de mierda, con su voz de pito, con sus sonrisas estúpidas, con su comedia, su farsa y circo de dos pesos.

¡Pobre Iztapalapa! No puedo concebir que sus habitantes lleguen a ser gobernados por un ignorante, un títere necesitado de atención, o por una argüendera que sólo ambiciona poder.

Que saquen sus sucias manos de nuestro territorio.

Que se vayan con su miseria.

Que nos dejen, ya no los quiero ver.

No los necesitamos, muchos ciudadanos podrían gobernar Iztapalapa mejor que ellos.

Y si no se van, soy capaz de juntar a unos cuates y sacar a patadas al tal Juanito (que además está desprestigiando el mote con el cual se le conoce a un buen amigo), de agarrar por las greñas mal rizadas y bien despeinadas a la Brugada esa.

Ya basta, por favor, no hagan caer a la política de México más bajo de lo que está.

No estoy enojado, estoy triste al ver tanta mediocridad de la clase política mexicana.

Estoy triste y lloro por esta Patria (algo que esas personas nunca van a poder sentir).

morel

sábado, 21 de noviembre de 2009

Libros que te hablan



Lo insinuaste, tomaste el libro, querías saber que podría pasar, te recostaste y con el volumen entre tus manos pensaste y te concentraste en lo que deseabas, en cuál sería el camino. Con tu cabeza sobre las páginas cerradas, te decidiste a abrirlo donde dictara el azar o el destino. Y sucedió:
"Las cosas no pueden quedar duraderamente detenidas, por eso sigue ahora el signo: La Evolución. Evolución significa progresar."
La respuesta te dejó satisfecho y quisiste saber qué más te podría decir el I Ching. Repetiste el procedimiento:
"Abajo, al borde de la montaña, sopla viento: la imagen del echarse a perder. Así el noble sacude a las gentes y fortalece su espíritu."
Otra vez lo hizo. No podías creer cómo atinaba a tus pensamientos, a tus sentimientos, al estado de ánimo. Nuevamente la concentración, el azar y el destino:
"La instalación de un Pozo necesariamente ha de ser revuelta con el tiempo; por eso sigue ahora el signo: La Revolución.
"La Revolución significa la eliminación de lo envejecido."
Esto ya no lo sentiste tan natural, tan instintivo. Lo intentaste nuevamente y fue la última porque la magia se había ido. Cerraste el libro con satisfacción por las respuestas que te dio el I Ching.

Revolución... revolución... Pensaste: ¿quién mejor para hablarte de ella que Francisco Ignacio Madero? Y te dirigiste a sus "Comunicaciones espíritas", tomas el libro, concentración, preguntas, deseos, la cabeza sobre el papel y de pronto lo abres y no ves nada que tenga que ver contigo, nada que te interese. Pero sigues buscando y encuentras en un rincón de la página estas palabras:
"¡Cuántas veces has estado a punto de conseguir el triunfo definitivo y sólo por falta de constancia, por falta de energía no lo has conseguido!"
Los libros te hablan, se comunican. No sabes qué pensar y sólo atinas a murmurar: "¿Por qué me dicen esto?"

lunes, 16 de noviembre de 2009

No estamos solos

Después de varias semanas que escribí el artículo "La cultura, en crisis", he recibido dos satisfacciones: la primera es que varias personas que considero importantes lo han leído, y la otra es que dos de ellas respondieron al texto: Marco Levario Turcott, director de la revista etcétera, y el escritor René Avilés Fabila, quien fue mi maestro de periodismo en la UNAM. Marco Levario tuvo la cortesía de contestar al artículo, expresar su opinión sobre éste e incluso corregirme un dato. René Avilés, por su parte, ocupó la información aquí publicada y se sumó a nuestra crítica sobre los miles de pesos que mensualmente reciben del erario (a través de becas del Conaculta) algunos escritores que no necesitan de ese dinero que bien se podría ocupar para otras áreas culturales a las cuales les urge el presupuesto.

Dice René Avilés Fabila en su artículo "Intelectuales pobres e intelectuales ricos", publicado en el periódico "La Crónica" el lunes 16 de noviembre, y que también se encuentra en su blog:
La educación y la cultura han padecido fuertes recortes. Es grave porque la primera es urgente para salir del atraso en que vivimos y la segunda porque México es un país de artistas notables. No todos los intelectuales son pobres, algunos reciben grandes cantidades de dinero del Estado, además, como un excelente añadido, no hay premio que dejen de recibir. Llega a ser aburrido que unos cuantos concentren en sus manos todos los reconocimientos, doctorados, viajes al exterior, premios y becas. A este respecto circula en Internet un interesante artículo, que además está en un blog firmado por L. Morel y Alba Z. En este trabajo documentado señalan el actual monto que cada becario a perpetuidad ha recibido en estos atribulados tiempos.
[...] Sabemos cómo se conceden las becas y llegan los privilegios a un puñado, lo que nadie entiende es la razón de que, en época de crisis, la educación pública y la cultura reciban severos cortes y los privilegios de unos cuantos sigan intocados. Lo llamativo es que ellos mismos insistan en que debe haber mayor apoyo a la cultura. ¿Para su mejoría o para que el reparto del dinero sea distribuido de manera equitativa que apoye a los jóvenes y no siempre a los afamados, muy ricos y que no necesitan el apoyo público? Los autores del artículo, concluyen que “de 1993 a la fecha, tan sólo estas seis personas han recibido del erario nacional una suma aproximada de unos 26 millones de pesos” y preguntan “¿Acaso necesitan ese dinero? ¿No es suficiente con lo que han acumulado?”, luego de multitud de premios, reconocimientos, ventas de libros y otros ingresos.

Me sumo a la pregunta.


Es una gran satisfacción saber que no hablamos al vacío en este espacio, que nuestras críticas son tomadas en cuenta por algunas personas, y es una doble satisfacción cuando esa persona es alguien que siempre ha ejercido, no sólo la creación literaria, sino la crítica y la docencia, alguien a quien en muchas ocasiones he referido como "mi maestro": René Avilés Fabila. Un gran saludo desde aquí.

jueves, 12 de noviembre de 2009

Vooy, vooy, tan grandote y tan llorón: la Tucita

Este es un homenaje a la Tucita: porque no he visto un actor infantil mejor que ella, porque me sigo riendo después de meses que vi “Los tres huastecos”, porque en esa película la pequeña María Eugenia Llamas se transformó, fue poseída por la Tucita, porque ya nadie se acuerda de ella, porque sólo estoy informado de que, ya avanzada de edad, la hacía de cuentacuentos para niños, porque ¿dónde estará? 



Porque para mí siempre será la Tucita –y así se quedará en la memoria–, en donde se encuentre le envío un gran saludo de admiración por ser la niña que hubiese querido tener de compañera en el jardín de niños… Aquí me despido, antes de que salten las lágrimas. 


“¡Vooy, vooy, tan grandote y tan llorón!”, diría ella. 


morel 

"Vooy, vooy, tan grandote y tan llorón"
    
"Soy hombre y voy a matar gente, ¡y primero a este viejo cochino!"      
"Dame la pistola para dormir tranquila"    
María Eugenia Llamas, cuentacuentos

lunes, 9 de noviembre de 2009

La idea de patria



Tengo una tendencia a comparar siempre nuestra realidad con el pasado. Tengo una obsesión por la historia porque sin ella no podemos entender lo que vivimos. Me encanta lo que ya fue, sentir los objetos antiguos entre las manos, tan curiosos, tan profundos y con tanta magia, como si ya los hubiera visto antes y los tuviera frente a mí una vez más; es fantástica la sensación de estar en pleno siglo XIX, de percibir o de vivir de nuevo a principios del 1900.

Además, lo confieso, soy nostálgico, adoro las fotos en blanco y negro de hace cien años, pienso que antes las cosas eran mejor: no había tantos automóviles, había varios lugares en la ciudad donde el agua era parte del paisaje, no éramos tantos sus habitantes, la contaminación del aire no era un problema grave, se podía llegar rápidamente a cualquier lugar.

Aclaro: no se trata de rechazar el progreso, sino de criticar su voracidad.

Pero no sólo eso. Antes había un proyecto de nación, había políticos dignos de elogiarse porque veían más allá de sus intereses y de planes inmediatos y efectistas, tenían altura de miras, una visión de futuro para este país, un amor por nuestra patria. Eso -lo hemos comprobado en por lo menos los últimos veinte años- se ha perdido. ¿Tenemos los gobernantes que merecemos? No lo sé. Pero parece que el mexicano ha perdido la esperanza en ellos. Estamos frustrados, desesperados, desilusionados, ya casi nadie piensa en un mejor porvenir. Y, claro, los políticos no tienen toda la culpa de eso, pero son una causa fundamental de que los mexicanos ya no creamos en este país -y algunos ni en sí mismos-, porque después de décadas, de sexenios, de años aguantando y pensando que algo va a mejorar, una cosa pequeña por lo menos, no, nada, todo sigue igual. Cambia la apariencia, pero en el fondo todo permanece, y fundamentalmente persisten dos problemas: la falta de educación y la mala distribución de la riqueza que provoca la desigualdad, factores que llevan a la pobreza económica y a la pobreza de espíritu.

Ambos temas son importantísimos para México y no se han querido tocar en años, son estructuras que perviven sin un cambio, alguna reforma, una nueva visión, lo cual no ha permitido que el país evolucione en algún sentido. Se necesita un vuelco en el país, pero como en el gobierno no se ve la intención ni la voluntad para hacerlo, se habla de una revolución inminente (y hasta necesaria), de un estallido, porque parece que los mexicanos sólo así podemos avanzar, por medio de cambios bruscos, repentinos y agresivos, revoluciones que hagan entender a los que dirigen este país que ya estuvo bien de esperar una transformación que nunca llega.

Hace casi cien años, Martín Luis Guzmán escribió:
Vano sería buscar la salvación en alguna de las facciones que se disputan ahora, en nuestro territorio o al abrigo de la liberalidad yanqui, el dominio de México; ninguna trae en su seno, a despecho de lo que afirmen sus planes y sus hombres, un nuevo método, un nuevo procedimiento, una nueva idea, un sentir nuevo que alienten la esperanza de un resurgimiento. La vida interna de todos estos partidos no es mejor ni peor que la proverbial de nuestras tiranías oligárquicas; como en éstas, vive en ellos la misma ambicioncilla ruin, la misma injusticia metódica, la misma brutalidad, la misma ceguera, el mismo afán de lucro; en una palabra: la misma ausencia del sentimiento y la idea de la patria. (en La querella de México, 1915).

¿Coincidencia con el México del siglo XXI? Más bien falta de memoria, ausencia de voluntad para cambiar lo que se señala, o ya sabemos, que está mal.

No sabemos qué pasará, a veces pensamos que tal vez sólo así podamos avanzar; luego volvemos a la historia y vemos que en una revolución son muchas las vidas perdidas, altísimos los costos que se pagan, muchos los sufrimientos. Y entonces meditamos otro camino. Pero uno se cansa y no ve para dónde. No sé qué vaya a pasar, pero esperemos que sea lo mejor para todos.

morel