domingo, 14 de febrero de 2010

Una ciudadana se pone por encima del Presidente de México

Las palabras de esta señora de Ciudad Juárez me sacaron lágrimas (aunque suene cursi).
 

¿Cuántos no querríamos tener en frente al presidente, al gobernador, al diputado, y decirles lo que pensamos de ellos y de sus acciones?

Decirles que mienten, que se hacen tontos. Reclamarles. Increparles en su cara:
 

"Yo no puedo darle la mano, decirle bienvenido, porque para mí no lo es".
 

"No, no diga por supuesto, señor Presidente, siempre dicen lo mismo".
 

Y lo mejor, decirles a las focas que escuchan al mandatario:
 

"Pero verdad que ustedes señores, no dicen nada. Ah, ¡pero qué bien le aplauden al Presidente porque vino! ¡Qué bueno!"
 

Sólo -dijo Luz María Dávila después de su discurso- le faltó decirle al Presidente que renunciara.
 

En este caso, el ciudadano común no sólo se igualó con la máxima autoridad de México, sino que se puso por encima de su miseria política.


Cumplir la ley



La Constitución mexicana vigente cumplió este 5 de febrero un aniversario más de su promulgación, ocurrida en 1917. Ese año, el Congreso Constituyente que sesionaba en Querétaro sacó a la luz lo que hasta entonces se consideró la Carta Magna más avanzada del mundo en lo que respecta a su sentido social (derechos laborales, reparto de tierras, garantías individuales). Con su publicación, llevada a cabo en la misma imprenta en que se editaba El Universal -entonces propiedad del diputado constitucionalista Félix Fulgencio Palavicini- y la cual después fue donada al Congreso de la Unión, la Revolución mexicana termina un largo periodo de batallas, sangre y violencia, desde que Francisco Ignacio Madero llamó a las armas.

Un año más de nuestra Constitución y lo que siempre vemos es que nunca se cumple. De qué sirve que sea una de las mejores del mundo, si sus artículos son pasados por el arco del triunfo por funcionarios de todos los niveles: gobierno federal, diputados, alcaldes municipales, gobernadores e incluso empresarios y ciudadanos...

Me encorajina, me intristece y me llena de vergüenza que tengamos leyes y reglamentos y que no se obedezcan. "El que no transa no avanza", se dice, lo decimos con la advertencia de que es un estúpido quien no actúe así. Esa es la idea de progreso que tenemos muchos mexicanos. Impera la cultura del agandalle. Si no chingo, me chingan. Mejor me los chingo a todos.

Pasarse un semáforo en rojo, estacionarse en doble fila, dar vuelta con el autómovil en sentido contrario, vender playas o reservas naturales a particulares por un portafolio de billetes, masacrar a mujeres y jóvenes, encarcelar a indígenas inocentes, proteger los monopolios y dejar que las televisoras impongan sus intereses, permitir los cobros excesivos de los bancos, no investigar a políticos vinculados con el narcotráfico, pederastas que nunca son juzgados...

Es larga la lista de nuestro desprecio por la ley. Lo peor es que cuando se descubre la falta, no se hace nada, todo sigue igual, como si no hubiera ocurrido. Las autoridades dejan que se quebranten las leyes, se ha hecho una costumbre el no aplicarlas, ya sea para evitarse la fatiga de hacer la denuncia o por intereses particulares, corrupción y favores políticos.

Pero me encabrona la impunidad, que traten de burlarse de nosotros, que quienes violan la Constitución se crean inmunes, que piensen que nunca les va a pasar nada, que en este país no pasa nada con quienes quebrantan el contrato social, que nadie haga nada... Lo que más molesta es que exista la ley y no se respete, que nos hagamos tontos. Avergüenza la farsa, la mentira y la simulación de que en México existe un Estado de derecho. Si algo ha imperado en nuestro país desde hace décadas es el incumplimiento de la ley. Los intereses particulares son más fuertes que la legalidad y la justicia.

La Constitución sólo se aplica cuando a alguien le conviene. Por ejemplo, la Procuraduría General de la República ha dicho que al interponer la acción de inconstitucionalidad contra los matrimonios gay en la Ciudad de México, sólo hace cumplir la ley, cuando en realidad el gobierno federal quiere imponer su muy personal punto de vista al decidir acatarla, después de que Felipe Calderón se reuniera con los jerarcas católicos que temen a los matrimonios gay casi tanto como al diablo. Sólo un ejemplo: si se quisiera acatar la Constitución mexicana, se podría empezar por su artículo cuarto, que establece que toda persona tiene derecho a la protección de la salud, a un medio ambiente adecuado para su desarrollo y bienestar, a una vivienda digna, y los niñas y las niñas tienen derecho a la satisfacción de sus necesidad de alimentación, salud y educación...

¿Cuántas acciones de inconstitucionalidad no llevaríamos a cabo para que se cumplieran estos dictados? De parte del gobierno federal ninguna, porque eso no está dentro de sus intereses y por lo tanto, podemos hacer como que en México la Constitución siempre se respeta, que México es un país de leyes.

Al fin y al cabo, lo tratado aquí es un asunto de educación cívica, la idea que muchos tienen de que es mejor desobedecer la ley, que acatarla, es un problema cultural de los mexicanos. Es más fácil y rápido, más cómodo. Lamentablemente impera el interés personal, la necesidad o la ambición de dinero sobre los principios cívicos y éticos.

Por eso siento impotencia ante la realidad cotidiana, ante los políticos; es la impotencia la que a veces me hace llorar.

Posdata: Para más información, revise la edición de la revista eme-equis sobre la cultura de la ilegalidad en México.

morel

viernes, 5 de febrero de 2010

Contra el feminismo barato. La gramática no tiene sexo



Digamos una cosa: la gramática no tiene sexo. Tampoco religión, partido político (aunque detesta el sospechosismo y la abusivez) o equipo de futbol preferido. La gramática establece una serie de normas -muchas arbitrarias- que ayudan a comunicarnos. Nada más. Ahora: que haya mujeres, hombres, instituciones y gobiernos que la usen como pretexto para jactarse de que defienden la igualdad de género, es una franca ridiculez. 

¿Cuántos veces hemos visto que Lydia Cacho (respetable feminista) escribe "las y los mexicanos"? Un verdadero atentado contra la correcta escritura, y no es que nos ufanemos de ser los paladines de la academia de la lengua ni los protectores del idioma, tan sólo es cuestión de sentido común: ¿qué quiere decir "las y los mexicanos"? ¿Que soy moderna, democrática y apoyo las mejores causas, que soy una mujer comprometida? Más bien: una pantalla que dice que soy políticamente correcto, una simpleza que se utiliza para no llegar al fondo del problema de la igualdad entre personas de diferente sexo, un mero artificio que no sirve de nada frente a la condición en que viven muchas mujeres en México. 

Agregar un artículo antes de cada sustantivo (en plural, considerado neutro porque abarca los dos géneros gramaticales) no resuelve el problema, sólo lo disfraza. Es pura pantalla. Es la faramalla que el habliche de Vicente Fox puso de moda con su chabacanería. Además: se ve feo, es de mal gusto e incorrecto. En todo caso deberíamos decir: "las mexicanas y los mexicanos", no usar los dos artículos para una sola palabra. Lo malo: los ejemplos se repiten en todos lados, en las organizaciones no gubernamentales que se dicen feministas, en los institutos de la mujer dependientes del gobierno, entre los periodistas (¿o debería escribir "las y los periodistas"?), en la propaganda oficial (por ahí anda un anuncio que dice "las y los niños de México"). Lo peor: si no te expresas conforme a los últimos dictados de la moda feminista, te tachan de ser misógino y macho y de menospreciar a las mujeres. Lo cual es todo lo contrario (y no expreso aquí mis sinceros halagos a la mujer sólo por timidez). 

No es muy complicado de entender: la gramática en español establece que se usan los sustantivos en plural masculino cuando queremos referirnos a los dos géneros, entonces se convierte en una palabra neutra, sin género ni discriminación, mucho menos excluyente o misógina o injusta. La palabra no puede hacer eso, son los humanos (iba poner hombres pero temí el linchamiento) quienes le dan el significado y el simbolismo, quienes le atribuyen intereses, odios, antipatías, manías y fobias. Repetimos: la gramática no tiene sexo... Aunque, pensándolo bien, tal vez desee, tan sólo, algunas tiernas caricias que la hagan sentir comprendida -pero eso ya es muy cosa de ella.

morel