Además, lo confieso, soy nostálgico, adoro las fotos en blanco y negro de hace cien años, pienso que antes las cosas eran mejor: no había tantos automóviles, había varios lugares en la ciudad donde el agua era parte del paisaje, no éramos tantos sus habitantes, la contaminación del aire no era un problema grave, se podía llegar rápidamente a cualquier lugar.
Aclaro: no se trata de rechazar el progreso, sino de criticar su voracidad.
Pero no sólo eso. Antes había un proyecto de nación, había políticos dignos de elogiarse porque veían más allá de sus intereses y de planes inmediatos y efectistas, tenían altura de miras, una visión de futuro para este país, un amor por nuestra patria. Eso -lo hemos comprobado en por lo menos los últimos veinte años- se ha perdido. ¿Tenemos los gobernantes que merecemos? No lo sé. Pero parece que el mexicano ha perdido la esperanza en ellos. Estamos frustrados, desesperados, desilusionados, ya casi nadie piensa en un mejor porvenir. Y, claro, los políticos no tienen toda la culpa de eso, pero son una causa fundamental de que los mexicanos ya no creamos en este país -y algunos ni en sí mismos-, porque después de décadas, de sexenios, de años aguantando y pensando que algo va a mejorar, una cosa pequeña por lo menos, no, nada, todo sigue igual. Cambia la apariencia, pero en el fondo todo permanece, y fundamentalmente persisten dos problemas: la falta de educación y la mala distribución de la riqueza que provoca la desigualdad, factores que llevan a la pobreza económica y a la pobreza de espíritu.
Ambos temas son importantísimos para México y no se han querido tocar en años, son estructuras que perviven sin un cambio, alguna reforma, una nueva visión, lo cual no ha permitido que el país evolucione en algún sentido. Se necesita un vuelco en el país, pero como en el gobierno no se ve la intención ni la voluntad para hacerlo, se habla de una revolución inminente (y hasta necesaria), de un estallido, porque parece que los mexicanos sólo así podemos avanzar, por medio de cambios bruscos, repentinos y agresivos, revoluciones que hagan entender a los que dirigen este país que ya estuvo bien de esperar una transformación que nunca llega.
Hace casi cien años, Martín Luis Guzmán escribió:
Vano sería buscar la salvación en alguna de las facciones que se disputan ahora, en nuestro territorio o al abrigo de la liberalidad yanqui, el dominio de México; ninguna trae en su seno, a despecho de lo que afirmen sus planes y sus hombres, un nuevo método, un nuevo procedimiento, una nueva idea, un sentir nuevo que alienten la esperanza de un resurgimiento. La vida interna de todos estos partidos no es mejor ni peor que la proverbial de nuestras tiranías oligárquicas; como en éstas, vive en ellos la misma ambicioncilla ruin, la misma injusticia metódica, la misma brutalidad, la misma ceguera, el mismo afán de lucro; en una palabra: la misma ausencia del sentimiento y la idea de la patria. (en La querella de México, 1915).
¿Coincidencia con el México del siglo XXI? Más bien falta de memoria, ausencia de voluntad para cambiar lo que se señala, o ya sabemos, que está mal.
No sabemos qué pasará, a veces pensamos que tal vez sólo así podamos avanzar; luego volvemos a la historia y vemos que en una revolución son muchas las vidas perdidas, altísimos los costos que se pagan, muchos los sufrimientos. Y entonces meditamos otro camino. Pero uno se cansa y no ve para dónde. No sé qué vaya a pasar, pero esperemos que sea lo mejor para todos.
morel
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