martes, 15 de julio de 2008

Los intelectuales me dan risa I

2008 es el año de adorar a nuestras eminencias en México. Octavio Paz en abril, Carlos Monsiváis en mayo, Carlos Fuentes en noviembre. En este año siempre habrá alguien a quien dedicarle nuestros elogios, nuestra saliva, nuestras reverencias: hay besamanos para rato. Todos los periódicos buscan la entrevista con ellos (con los que aún quedan vivos), en el gobierno los aclaman, los celebran, les aplauden, quieren la foto con ellos (¿y quién no? atajan los RR: ¿quién no querrá presumir una foto con Monsi, con Fuentes? Si existen los que se jactan de atesorar una instantánea con Aristegui, con Ciro o con Marcelo, ¡que dirán si nos ven a lado del cronista de la ciudad de México o del escritor más codiciado del país!).

Lamentablemente, a nosotros nos aturde tanta lambisconería, tantas genuflexiones, tantos clubes de aduladores. La hipocresía inunda el ambiente con tal de quedar bien con los consagrados, ¿o es que en realidad son perfectos, no hay nada malo que decirles, no hay por qué reprocharles, son pulcros e impecables? ¿No se merecen ni una crítica, una censura, un vituperio, una mentada de madre?

En el medio artístico hablan de ellos, no hay nadie que no haya leído sus libros o sus maravillosos artículos, ni haya escuchado sus graciosas entrevistas o sus magnánimas conferencias. Todos se precian de que Fuentes les haya respondido una sonrisa, una mirada al menos. La realidad es que nadie quiere verlos como son, analizar su obra, comentarlos rigurosamente, ni siquiera poner atención a lo que dicen. Más bien se dejan llevar por la figura mediática, el ídolo, la fama.

En esta atmósfera, a quien no le gusta la obra de Monsi, Paz o Fuentes, peca de antipatriótico, es un ignorante, un enemigo del conocimiento, es un resentido que merece ser marginado porque no está con la opinión de la mayoría, es decir, con quienes le hacen justicia a sus glorias nacionales. Ante tales argumentos, nosotros tenemos la tendencia a deprimirnos. No hay nada qué hacer.

Pero tal vez, estimado lector, pecamos de envidia, nos corroen los celos porque a sus humildes servidores nunca se les ha rendido un homenaje en Bellas Artes o entregado una medalla, ni siquiera las llaves de la ciudad, no hemos salidos en portadas de revistas donde hablan amigos, conocidos, estudiosos, especialistas sobre nuestra vida y obra (todos positivimente, por supuesto) ¡vaya! Ni siquiera una calle lleva nuestro nombre.

Tal vez, lo que ocurre es que necesitamos que alguien guie nuestros pasos, que nos ilumine el camino, que nos diga qué hacer ante nuestra situación que va de mal en peor. Tal vez, a final de cuentas, esos intelectuales son tan necesarios como una tortilla con frijoles, sus opiniones, artículos, conferencias, consejos y reprimendas, sus ilustres voces son indispensables para seguir viviendo en esta mierda de mundo.

Tal vez esto sea lo pase en realidad y nuestro texto lo único que está causando es un perjuicio para el planeta. Si ese fuera el caso, entonces pedimos perdón por tan grande vileza. No lo podemos evitar.

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