A Felipe Garrido
Hoy proclamo mi independencia. Hoy declaro que mi lengua es libre y soberana, que la lengua mexicana tiene derecho a desarrollarse según le dictan su idiosincrasia, su peculiaridad mestiza, sus características históricas y geográficas, y, por supuesto, sus hablantes.
Yo, que me inclino por el sistema republicano, rompo el yugo que impone a mis palabras la Real Academia Española y manifiesto mi placer por el juego, los reveses y las contraindicaciones. Digo que no me sujetaré a sus mandatos; que su lema “Limpia, fixa y da esplendor” no me preocupa. Aunque haya normas convencionales que seguir, el lenguaje lo creamos todos cada día y no se sujeta a los dictados de una institución.
Por eso, a doscientos años de independencia nacional, no puedo aceptar que la RAE quiera seguir imponiendo sus puntos de vista respecto al idioma español. Sabemos que hace apenas algunos años (durante el sexenio de Ernesto Zedillo), la monárquica institución aceptó la grafía México en lugar de Méjico, con la “x” según su sentido original, proveniente de los mexicas, aunque se siga pronunciando con el sonido de la “j”, y no “Mé-shi-co”.
Son muchas las palabras –principalmente del náhuatl– cuya pronunciación primigenia se perdió debido a la traslación al español de fonemas indígenas con el sonido “sh”, así como por la incapacidad de los conquistadores para enunciarlos. Ese tipo de articulaciones pasaron la mayor de las veces como “j”, su uso ha persistido así por muchos siglos y el ejemplo máximo es el nombre de nuestro país.
Xalapa, por ejemplo, es una palabra cuyos usuarios se resisten a escribir Jalapa o incluso, en esas tierras veracruzanas, a pronunciarla con “j”, y la nombran “Shalapa”. Xochimilco es otra que parece nunca aceptará la “j” en lugar de la “x”; Xola tampoco. Pero Ajuchitlán, en Guerrero, ya perdió su grafía y su pronunciación originales: “Axochitlan”; Oaxaca se despidió de su sonido de “x”; Ixtapalapa se convirtió en Iztapalapa; axolotl cambió a ajolote…
Una lengua impone sus palabras por el uso que le dan sus hablantes, ellos la adaptan a sus necesidades, gustos y costumbres. Pero España, como la meca (nótese el origen árabe del vocablo) del idioma, a veces quiere imponer un solo uso del español a todos los que lo practicamos.
¿Cómo lo pretende imponer? Por dos vías: la RAE y su enorme industria editorial, que además trabajan a la par en este caso.
Y así llegamos al meollo de este ensayo: la guerra del acento que se entabló entre la RAE y la Academia Mexicana de la Lengua (con el derecho de imposición y de veto de la primera). Por el uso de una tilde diacrítica estas dos instituciones están en discusión.
La RAE quiere que no haya diferencia en la escritura de la palabra sólo –de únicamente, usado como adverbio– y solo –de soledad, usado como adjetivo– y que sólo se distingan por el contexto en el que se utilizan. Es decir, pretende sólo una palabra para significados distintos, lo cual, en vez de simplificar su uso, dificulta su comprensión.
(Habrán notado que hay ocasiones en que el contexto no es suficiente para determinar el sentido correcto de una palabra.)
Por su parte, la AML, presidida por José G. Moreno de Alba, envío un documento a la RAE y a las demás academias del español, en el cual defiende y argumenta el uso de la tilde diacrítica para evitar confusiones al lector y por una mayor claridad en lo que se escribe, para beneficio de los hablantes de la lengua con una menor preparación gramatical.
morel
[Continuará...]
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