Vivo en Iztapalapa. Soy un ciudadano indignado y exijo a esos políticos que se regodean en su circo, en su farsa, en su mediocridad y en su miseria, que paren el espectáculo. Me dan pena ajena. Estoy harto de ellos, estoy hasta la madre de ustedes que se la pasan jugando con la voluntad de la gente. No aguanto (y eso que soy muy tolerante) que dos personas, las facciones políticas y sus intereses, se estén peleando por un cargo de representación popular como si fuera un pastel, un tesoro del que sólo importa obtener el mayor provecho y la mejor utilidad. No puedo concebir que una de las delegaciones más empobrecidas, más marginadas, con tantos problemas, esté entre vaivenes y arrebatos como una preciosa joya, por culpa de esa gente. ¿Y sus habitantes? Que se chinguen, que sigan en el atraso, que sigan sin educación, que los sigan manipulando cada elección a través de despensas, de la ocupación ilegal de terrenos baldíos o áreas naturales para viviendas, de componendas, de cargos públicos, de ascensos. Que sigan siendo parte de la masa, pero no ciudadanos que piensen qué es lo mejor para ellos. Tanta politiquería me da asco, la detesto; tanta falta de interés en el bienestar y en el desarrollo de los iztapalapenses me repugna. Estoy seguro de que ni siquiera les importamos, que sólo quieren demostrar su fuerza política, que sólo desean tener más poder, que sólo piensan tener el control de un delegación más, que nada más buscan utilizar a la demarcación a favor de sus intereses, para hacer más relaciones, conseguir más adeptos y subordinados a través de la corrupción, para buscar un pastel más grande en la próxima elección.
Recuerdo que a Rafael Acosta lo conocí a finales de mayo de 2007, en un peculiar concurso de belleza organizado por Jesusa Rodríguez para conmemorar el Día Internacional de Acción por la Salud de las Mujeres y pedir la destitución del entonces presidente de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, José Luis Soberanes. Todas las "misses" eran hombres, a Rafael Acosta le tocó representar a "Miss Mota", era el peor vestido y el más ridículo. Desde esa época datan sus atentados contra la estética y su simpatía por el mal gusto. Desde ese tiempo, el movimiento obradorista lo usaba para montar sus bufonadas que ahora ya no le parecen graciosas. De Brugada sólo tengo memoria de que en sus inicios en la negra política, hace más de siete años, vivía o tenía su centro de atención ciudadana a unas cuantas cuadras de mi casa, en la colonia Fuego Nuevo, cerca del Cerro de la Estrella. Muchas veces vi afuera de dicha vivienda un cartel con su gran cara sonriente.
Pero ya no quiero saber más de ellos.
Que el pinche Juanito y la fea de Clara Brugada vayan a chingar a otra parte, que vayan a andar de argüenderos lejos de aquí, que dejen de molestarnos. Ya estuvo bien de tantas pendejadas. Que se larguen con sus terribles chistes, con su malabarismo, con sus payasadas, con sus discursos de mierda, con su voz de pito, con sus sonrisas estúpidas, con su comedia, su farsa y circo de dos pesos.
¡Pobre Iztapalapa! No puedo concebir que sus habitantes lleguen a ser gobernados por un ignorante, un títere necesitado de atención, o por una argüendera que sólo ambiciona poder.
Que saquen sus sucias manos de nuestro territorio.
Que se vayan con su miseria.
Que nos dejen, ya no los quiero ver.
No los necesitamos, muchos ciudadanos podrían gobernar Iztapalapa mejor que ellos.
Y si no se van, soy capaz de juntar a unos cuates y sacar a patadas al tal Juanito (que además está desprestigiando el mote con el cual se le conoce a un buen amigo), de agarrar por las greñas mal rizadas y bien despeinadas a la Brugada esa.
Ya basta, por favor, no hagan caer a la política de México más bajo de lo que está.
No estoy enojado, estoy triste al ver tanta mediocridad de la clase política mexicana.
Estoy triste y lloro por esta Patria (algo que esas personas nunca van a poder sentir).
morel