jueves, 4 de noviembre de 2010

La guerra del acento... y otras batallas II

A Felipe Garrido

La guerra del acento no ha concluido, aún no se tiene un dictamen definitivo, pero la RAE ya impuso el uso de la palabra “solo” sin tilde diacrítica para sus dos significados admitidos. En la edición conmemorativa de la novela de Carlos Fuentes, La región más transparente, publicada por la Asociación de Academias de la Lengua y Alfaguara, y distribuida a los dos lados del Atlántico, no les importó diferenciar a dicha palabra por el acento diacrítico, aunque su uso no aporte precisión ni claridad al texto.

La mayoría de los grupos editoriales españoles (Santillana, Océano, Planeta) sigue la línea que establece la Real Academia. El País, un gran medio de comunicación en español con presencia internacional, perteneciente a Santillana, también secunda las normas dictadas por la RAE. Las editoriales de España inundan el mercado latinoamericano con millones de libros que manejan el mismo criterio ortográfico y gramatical.

Sólo digo que intentan imponer su parecer a los hablantes de la América hispánica por medio de determinado uso del idioma a través de periódicos, libros, sitios de Internet, etc.

Sería descabellado (o tal vez no) que para celebrar el bicentenario de la Independencia, se pida que de ahora en adelante se pronuncie “Méshico” o “meshicanos”, o que al menos se escriba siempre con “x”. Por ejemplo, hace poco vi que existe El vampiro de la calle Méjico (Anagrama, 2002), novela del español Vicente Molina Foix, y que algunas traducciones españolas siguen escribiendo el nombre de nuestro país con “j”.

(Y aquí viene otro asunto que debería importar tanto para la independencia editorial mexicana, como para la defensa de nuestra peculiaridad idiomática. No se trata de romper las reglas, sino de aceptar nuestras variantes lingüísticas sin restricciones de una institución. Empezaría por pedir traducciones a un español común, para evitar las gilipollas que menciona Vicente Leñero, o al español mexicano, lo que al mismo tiempo impulsaría la industria editorial nacional; incluso es necesario que cada cierto tiempo surjan versiones para las nuevas generaciones, aunque siempre habrá las traducciones que perdurarán, como “El cuervo”, de Enrique González Martínez, o El hombre que fue Jueves, de Alfonso Reyes.)

Dirán que por qué tanto barullo por unas cuantas palabras, pero en el fondo es la defensa del uso de la lengua por una nación –y un continente– de hablantes, la protección de su singularidad y de su soberanía lingüística.

Se debe aceptar sin condiciones que en el idioma español existe la diversidad dentro de la unidad, por eso es una buena señal la publicación del Diccionario de Americanismos, en donde, con ese espíritu de apertura y un afán descriptivo más que normativo, se reúnen “sin ningún tipo de dilema moral” vocablos, giros, acepciones y entradas que se utilizan en América Latina. Se incorporaron incluso términos de la jerga del narco, como “levantón” o “ejecutar”. “Ahí está, no hay que negarlo y es parte también de la lengua española”, expresó José Moreno de Alba en la presentación.

Entonces, ¿qué nos queda? Resistir la presión de las “autoridades lingüísticas”; la única forma en que podemos hacerlo como hablantes –y quizá la más efectiva– es defendiendo nuestro uso del español mediante el acto cotidiano del habla y a través de la escritura.

Si el narco pudo, que nosotros no lo logremos…

morel

miércoles, 3 de noviembre de 2010

La guerra del acento... y otras batallas I

A Felipe Garrido

Hoy proclamo mi independencia. Hoy declaro que mi lengua es libre y soberana, que la lengua mexicana tiene derecho a desarrollarse según le dictan su idiosincrasia, su peculiaridad mestiza, sus características históricas y geográficas, y, por supuesto, sus hablantes.

Yo, que me inclino por el sistema republicano, rompo el yugo que impone a mis palabras la Real Academia Española y manifiesto mi placer por el juego, los reveses y las contraindicaciones. Digo que no me sujetaré a sus mandatos; que su lema “Limpia, fixa y da esplendor” no me preocupa. Aunque haya normas convencionales que seguir, el lenguaje lo creamos todos cada día y no se sujeta a los dictados de una institución.

Por eso, a doscientos años de independencia nacional, no puedo aceptar que la RAE quiera seguir imponiendo sus puntos de vista respecto al idioma español. Sabemos que hace apenas algunos años (durante el sexenio de Ernesto Zedillo), la monárquica institución aceptó la grafía México en lugar de Méjico, con la “x” según su sentido original, proveniente de los mexicas, aunque se siga pronunciando con el sonido de la “j”, y no “Mé-shi-co”.

Son muchas las palabras –principalmente del náhuatl– cuya pronunciación primigenia se perdió debido a la traslación al español de fonemas indígenas con el sonido “sh”, así como por la incapacidad de los conquistadores para enunciarlos. Ese tipo de articulaciones pasaron la mayor de las veces como “j”, su uso ha persistido así por muchos siglos y el ejemplo máximo es el nombre de nuestro país.

Xalapa, por ejemplo, es una palabra cuyos usuarios se resisten a escribir Jalapa o incluso, en esas tierras veracruzanas, a pronunciarla con “j”, y la nombran “Shalapa”. Xochimilco es otra que parece nunca aceptará la “j” en lugar de la “x”; Xola tampoco. Pero Ajuchitlán, en Guerrero, ya perdió su grafía y su pronunciación originales: “Axochitlan”; Oaxaca se despidió de su sonido de “x”; Ixtapalapa se convirtió en Iztapalapa; axolotl cambió a ajolote…

Una lengua impone sus palabras por el uso que le dan sus hablantes, ellos la adaptan a sus necesidades, gustos y costumbres. Pero España, como la meca (nótese el origen árabe del vocablo) del idioma, a veces quiere imponer un solo uso del español a todos los que lo practicamos.

¿Cómo lo pretende imponer? Por dos vías: la RAE y su enorme industria editorial, que además trabajan a la par en este caso.

Y así llegamos al meollo de este ensayo: la guerra del acento que se entabló entre la RAE y la Academia Mexicana de la Lengua (con el derecho de imposición y de veto de la primera). Por el uso de una tilde diacrítica estas dos instituciones están en discusión.

La RAE quiere que no haya diferencia en la escritura de la palabra sólo –de únicamente, usado como adverbio– y solo –de soledad, usado como adjetivo– y que sólo se distingan por el contexto en el que se utilizan. Es decir, pretende sólo una palabra para significados distintos, lo cual, en vez de simplificar su uso, dificulta su comprensión.

(Habrán notado que hay ocasiones en que el contexto no es suficiente para determinar el sentido correcto de una palabra.)

Por su parte, la AML, presidida por José G. Moreno de Alba, envío un documento a la RAE y a las demás academias del español, en el cual defiende y argumenta el uso de la tilde diacrítica para evitar confusiones al lector y por una mayor claridad en lo que se escribe, para beneficio de los hablantes de la lengua con una menor preparación gramatical.

morel 
[Continuará...]

domingo, 22 de agosto de 2010

El derecho del consumidor II



Las prácticas monopólicas y desleales utilizadas por jugos Del Valle contra Boing! no son una nueva estrategia de Coca-Cola, ya antes las había usado para sacar a Big Cola del mercado. A mediados de 2008 un grupo de tenderos denunció a la transnacional por imponerles exclusividad, presionarlos para no vender bebidas de la refresquera peruana, así como por “coerción e intimidación de dueños de puntos de venta, coacción mediante pagos y promociones, y retiro y destrucción de propaganda y mercancía de Big Cola”.

Los de Coca-Cola llegaron incluso a cambiar una caja de Big Cola por dos de su producto, para después tirar el líquido a la coladera, con tal de que no se ofrecieran las bebidas de la competencia que ganó presencia entre los consumidores gracias a sus presentaciones jumbo que le hicieron ganar clientes en los pueblos pequeños y entre la gente de pocos recursos. La Comisión Federal de Competencia (CFC) intervino y después de un largo juicio, multaron por 16 millones de dólares a The Coca-Cola Company y sus principales distribuidores en México.

Sin embargo, la Big Cola no se recuperó del golpe, a tal grado que ya casi no tiene presencia en el mercado y apenas si se ve en los aparadores, aunque su impacto en la industria fue tan grande que las otras refresqueras comenzaron a luchar para ver quién vendía las botellas más grandes llenas de agua azucarada con gas. Por eso ahora podemos encontrar envases hasta más de tres litros, y a pesar de que esto parezca un beneficio para el consumidor, es una causa de que los mexicanos seamos los que más toman refresco en todo el mundo y de que el problema de la obesidad se haya vuelto tan grave en los últimos años.

Según la política “por una libre competencia” de Coca-Cola, cuyo acatamiento fue una condición para que la CFC aceptara la compra de jugos Del Valle, la empresa no podrá “restringir artificialmente la diversidad de marcas que un cliente esté dispuesto y pueda manejar”, ni “realizar consideración alguna sobre el espacio que se les proporcione a los refrescos de The Coca-Cola Company, ya sea en el anaquel o en el equipo de refrigeración”. Es claro que el acuerdo no se ha cumplido, no sólo en detrimento de Pascual, sino de los compradores.

Cabe decir que las prácticas de exclusividad no sólo se presentan en la industria refresquera, también en la cervecera, lo cual limita la libertad de elegir del consumidor entre una marca y otra, y se enfrenta a que le vendan algo que no le gusta pero tiene que comprar porque no hay otra mercancía. ¿Cuántas veces ha ido al Estadio Azteca y sólo hay Sol? Esta cerveza tiene la mejor publicidad (ya lo vimos en el Mundial de futbol), pero es de las peores del mercado (¡qué ironía!): más allá de sus campañas no tiene nada bueno.

De igual forma, en los Oxxo –propiedad de Coca-Cola Femsa– nada más venden bebidas de la Cuauhtémoc-Moctezuma. En la mayoría de los bares y antros podemos elegir sólo bebidas de una compañía cervecera. ¿Y si me quiero emborrachar con Indio y Corona, con XX Lager y Victoria, con Tecate y Modelo? Seguramente quedaría como caguama fumigada y al otro día no me levantaría; sin embargo –es triste decirlo–, eso nunca podría suceder: es imposible, salvo que compre unos cartones de cada una y me los lleve a la casa.

Pero aquí le dejo: empecé hablando de comida callejera, seguí con Boing! y terminé con bebidas alcohólicas. No creo que ese camino lleve a nada bueno.

Posdata. Se me olvidaba comentar que después de reclamarle a la señora de los tacos por no tener Boing! en su refrigerador, la próxima vez que la visité ya tenía de nuevo de mi bebida preferida, aunque escondida entre los refrescos de la Coca-Cola.

morel

miércoles, 18 de agosto de 2010

El derecho del consumidor I


No hay mejor bebida para acompañar una torta carrereada rellena de grasa y embutidos, unos tacos al pastor con salsa verde, cilantrera y bien picante, un caldo de gallina vieja y pellejuda, unas gordas chicharroneras (ejem) con harta lechuga, unas quesadillas con más cebolla que pollo, unos sopes con sus frijolitos y un bistec seboso encima, unas memelas talla gigante de tortilla azul y con queso tipo plástico… En fin, no sigo porque esto no es un recetario; lo que quería decir es que no hay mejor bebida refrescante para maridar estos apetecibles alimentos que un Boing!

Sí, un Boing! –no un refresco, no una Coca ni un jugo Del Valle– es mi favorito a la hora de las comidas callejeras, y advierto que no trabajo para la empresa. Apuesto a que mucha gente coincide conmigo. Lamentablemente, en los últimos meses he tenido problemas para ejercer mi derecho como consumidor, ya que no se me ofrece la posibilidad de elegir entre un líquido y otro, entre una marca y otra, lo cual me provoca un verdadero enfado.

Resulta que, en los puestos donde regularmente como, le han quitado la opción de tomar Boing! a sus clientes. Pero ellos no cargan con la culpa, sino la principal empresa embotelladora y refresquera de México: Coca-Cola, que en su afán de abarcar más mercado de lo que tiene permitido, acaba con la competencia de manera desleal.

Después de que en noviembre de 2007 The Coca-Cola Company concretó la compra de Jugos del Valle (segundo productor de jugos en México, después de Jumex y antes que Boing!) por 370 millones de dólares, uno de sus principales objetivos respecto a la distribución fue conquistar los puntos de venta del comercio informal, es decir, los locales sobre calles y banquetas.

Según me contaron los propietarios de los puestos, los distribuidores de Coca-Cola condicionan la venta de sus refrescos a la compra de jugos Del Valle, que además de ser una imitación de los Boing! que por décadas se han vendido en este tipo de establecimientos, son insípidos y los residuos del colorante amarillo –cuando son de mango– se pegan a la superficie del envase de vidrio, lo cual los hace ver más artificiales de lo que son.

Los de la Coca-Cola también los amenazan con quitarles los refrigeradores donde los conservan si ven que ahí tienen Boing! en lugar de Del Valle. A los dueños no les queda más que dejar de vender los productos de la cooperativa Pascual, mientras que yo tengo que aguantarme la sed y pasarme la comida con la saliva.

[Continuará...]

sábado, 19 de junio de 2010

Váis

Monsi ¿por qué te váis? 

Te fuiste pero no te llevaste la zalamería.

No se por qué no puedo sentirme de luto o entristecer; nunca pude afirmar que debía vivir por el bien de México, acaso (y eso sería suficiente) debía hacerlo por su propio bien y el de sus familiares y amigos.

Si alguien se lamenta sinceramente y quiere rendirle homenaje, mejor que vaya a sus libros; si puede, que lo goce, lo comente y lo critique. La crítica -y no la adulación ramplona- le haría mucho bien a su obra y a México.

Me enerva el culto a las personalidad, la adoración de las figuras públicas. Nada de luto nacional. Cualquier persona, con todo respeto, es prescindible, los que en verdad importan son los que vienen en camino, no los que ya dieron lo que tenían que dar.

morel

viernes, 4 de junio de 2010

BUROCRACIA HECHA EN CU (II/II)

 
Los trabajadores sindicalizados son parte fundamental de la UNAM, organizan y participan en significativos actos políticos y culturales, pero el mal servicio que brindan a los universitarios –díganme a quién no le ha tocado– me ha puesto en contra de ellos.

He sabido que las secretarias de la Facultad de Química son especialistas en hacer sufrir a los alumnos (según me cuentan, disfrutan al ver los rostros agobiados): te hacen caras cada que vas a hacer algún trámite, se enojan fácilmente si les preguntas algo, te tratan como tonto si no entiendes sus explicaciones y para ellas casi siempre es imposible resolver tus problemas académicos.

Por mi parte, he tenido que dar vueltas y vueltas –no importa decir el nombre de la facultad o de la oficina, el problema es generalizado–, porque el encargado del departamento en el cual debo hacer el trámite no vino, o se fue a comer, o nadie sabe dónde anda, o ni va a llegar porque es día de pago y ese día los sindicalizados pueden faltar porque tienen que ir a cobrar su cheque al banco, y ya saben las filas que se hacen, las distracciones con que se pueden topar, los contratiempos… No han aceptado cobrar su quincena por medio de un depósito bancario, no, ¡cómo va a ser!, la tecnología esclaviza al pueblo, es mejor mandarla a volar. Su ausencia durante la jornada está justificada: prefieren sacrificar su trabajo y su tiempo, aunque pasen horas formados frente a la cajera para recibir su efectivo. Y a uno no le queda de otra: mejor venga el lunes, pero no tan temprano, ¿que no abren a las nueve?, sí, pero el licenciado llega y se va a desayunar, así que seguro lo encuentra después de las doce…

Cuando inicié los trámites para titularme, pasé momentos de verdadera angustia: algunas secretarias, además de lentas, me daban información errónea, una se equivocó en poner el título de la tesis, otra en mi nombre; di unas cuantas vueltas porque me faltaba un sello o una firma que me pudieron haber pedido con anticipación; el día que fui a entregar los papeles completos organizaron una junta los del STUNAM, sin previo aviso cerraron las oficinas y tuve que regresar en otra ocasión que gozaran de mejor humor.

Para terminar, mencionemos las marchas, esas que los del STUNAM no se pierden, a las que son tan afines y no pueden faltar porque es en favor de una causa social digna, su ausencia masiva se redime en un acto solidario por el bienestar del pueblo. Sin embargo, creo que los universitarios son quienes sufren las consecuencias, pero no quiero que se piense que siempre son las pobres víctimas, sólo deseo expresar que, sin que uno se lo espere, puede llegar cualquier día a Ciudad Universitaria y encontrarse con que no hay “pumas” para el transporte interno porque los conductores fueron a una manifestación; entonces uno tendrá que caminar o si tiene prisa o va muy lejos, tomar un taxi y sacrificar (por el bien del pueblo) su comida, que al fin y al cabo un día sin tragar no es nada.

Puede pasar también que llegues a recoger tu título –por fin, tras meses de espera– y justo ese día que pediste autorización en el trabajo, se les ocurre no abrir las oficinas (tu jefe te advirtió que era el último permiso) porque hubo aplicación de exámenes, y aunque dudas que para ello ocupen los escritorios y las ventanillas en donde despachan a los egresados, no puedes hacer nada: sientes impotencia y coraje. Entonces te preguntas si estas personas no tienen sensibilidad, si no piensan en los demás, si creen que uno tiene todo el tiempo del mundo o está a su disposición para cuando ellos quieran o qué chingados. Te resignas, tienes ganas de derribar la puerta, saltar la reja o golpear al vigilante, pasar por tu título e irte de allí, pero te aguantas, será para la otra, tuviste mala suerte esta vez…

Y regresas otro día, te dan el título sin ningún problema. Muchas felicidades, la secretaria nada más no te da un abrazo porque el vidrio se interpone, ¡felicidades!, y te vas contento, aunque al siguiente día sabes que descontarán más de 500 pesos de tu miserable quincena por haberte ausentado sin permiso. Eso te pasa por faltar (recuerdas que no perteneces al STUNAM). En fin, te dices: todo sea por el bien del pueblo.

morel

martes, 1 de junio de 2010

BUROCRACIA HECHA EN CU (I/II)


Si algo habría que cambiar para conmemorar dignamente los 100 años de la inauguración de la Universidad Nacional, se debe empezar por su perezosa, ineficaz y tortuosa burocracia compuesta por personas que en su mayoría ignoran que su trabajo es un servicio público, y como tal, deberían atender de la manera más amable, rápida y efectiva que sea posible, los trámites, preguntas e incertidumbres de los estudiantes, aunque en ocasiones éstos provoquen la desesperación.

Dejemos por un momento de ensalzar las hazañas de la Universidad y su aporte histórico al desarrollo de México, apartémonos un instante de los concursos y los grandes actos que se planean este año para celebrar un siglo de su nacimiento. Hablemos, mejor, de cómo los burócratas de la que se precia de ser la mejor institución de educación superior en Iberoamérica, le complican la existencia a los universitarios.

Empecemos por el Sindicato de Trabajadores de la UNAM (STUNAM), que en los últimos años ha exhibido su falta de democracia al bloquear la alternancia de su dirigencia. El secretario general, Agustín Rodríguez Fuentes, lleva casi veinte años a la cabeza del gremio y desde 1994 modificó el estatuto del sindicato para poder reelegirse hasta que se le dé la gana, vitaliciamente. La oposición al interior del sindicato lo acusa de seguir el camino de un líder “charro” como Fidel Velázquez, dirigente de la Confederación de Trabajadores de México (CTM) hasta su muerte en 1997.

Hablamos del STUNAM porque es una de las razones principales del entorpecimiento de la vida académica (docencia e investigación) y administrativa en la Universidad. Los privilegios de sus agremiados relativos a la permisividad para faltar a su trabajo, es la causa de que cada 10 de mayo no se ofrezca ningún servicio y sea imposible hacer algún trámite (no todo el personal administrativo está compuesto de madres, pero es difícil encontrar a alguien que atienda ese día), y de que, como guadalupanos que son –en una institución cuyo rector, José Narro Robles, insiste en afirmar que es laica–, se suspendan las actividades todos los 12 de diciembre.

Son la causa también de que Biblioteca y Hemeroteca nacionales no puedan visitarse los sábados ni domingos y de que permanezcan cerradas durante las vacaciones escolares, aunque no sean instituciones académicas, sino las que resguardan el acervo bibliográfico y hemerográfico más importante de México. El investigador o estudiante que únicamente puede ir los fines de semana o en el verano porque es cuando tiene tiempo, encontrará cerradas sus puertas. Los trabajadores afiliados al sindicato que laboran allí son tan esmerados que el último viernes antes de salir de vacaciones ya no laboran, cualquiera puede entrar al recinto pero no hay quien le atienda. Esto se debe –según me contó una investigadora que trabaja en la Hemeroteca– a que hace algunos años, cada fin del ciclo escolar, los empleados organizaban pequeños convivios dentro de las instalaciones, por lo que durante la gestión de José Moreno de Alba se optó por darles ese día libre y evitar riesgos para el material ahí conservado.

Continuará...

morel

domingo, 14 de febrero de 2010

Una ciudadana se pone por encima del Presidente de México

Las palabras de esta señora de Ciudad Juárez me sacaron lágrimas (aunque suene cursi).
 

¿Cuántos no querríamos tener en frente al presidente, al gobernador, al diputado, y decirles lo que pensamos de ellos y de sus acciones?

Decirles que mienten, que se hacen tontos. Reclamarles. Increparles en su cara:
 

"Yo no puedo darle la mano, decirle bienvenido, porque para mí no lo es".
 

"No, no diga por supuesto, señor Presidente, siempre dicen lo mismo".
 

Y lo mejor, decirles a las focas que escuchan al mandatario:
 

"Pero verdad que ustedes señores, no dicen nada. Ah, ¡pero qué bien le aplauden al Presidente porque vino! ¡Qué bueno!"
 

Sólo -dijo Luz María Dávila después de su discurso- le faltó decirle al Presidente que renunciara.
 

En este caso, el ciudadano común no sólo se igualó con la máxima autoridad de México, sino que se puso por encima de su miseria política.


Cumplir la ley



La Constitución mexicana vigente cumplió este 5 de febrero un aniversario más de su promulgación, ocurrida en 1917. Ese año, el Congreso Constituyente que sesionaba en Querétaro sacó a la luz lo que hasta entonces se consideró la Carta Magna más avanzada del mundo en lo que respecta a su sentido social (derechos laborales, reparto de tierras, garantías individuales). Con su publicación, llevada a cabo en la misma imprenta en que se editaba El Universal -entonces propiedad del diputado constitucionalista Félix Fulgencio Palavicini- y la cual después fue donada al Congreso de la Unión, la Revolución mexicana termina un largo periodo de batallas, sangre y violencia, desde que Francisco Ignacio Madero llamó a las armas.

Un año más de nuestra Constitución y lo que siempre vemos es que nunca se cumple. De qué sirve que sea una de las mejores del mundo, si sus artículos son pasados por el arco del triunfo por funcionarios de todos los niveles: gobierno federal, diputados, alcaldes municipales, gobernadores e incluso empresarios y ciudadanos...

Me encorajina, me intristece y me llena de vergüenza que tengamos leyes y reglamentos y que no se obedezcan. "El que no transa no avanza", se dice, lo decimos con la advertencia de que es un estúpido quien no actúe así. Esa es la idea de progreso que tenemos muchos mexicanos. Impera la cultura del agandalle. Si no chingo, me chingan. Mejor me los chingo a todos.

Pasarse un semáforo en rojo, estacionarse en doble fila, dar vuelta con el autómovil en sentido contrario, vender playas o reservas naturales a particulares por un portafolio de billetes, masacrar a mujeres y jóvenes, encarcelar a indígenas inocentes, proteger los monopolios y dejar que las televisoras impongan sus intereses, permitir los cobros excesivos de los bancos, no investigar a políticos vinculados con el narcotráfico, pederastas que nunca son juzgados...

Es larga la lista de nuestro desprecio por la ley. Lo peor es que cuando se descubre la falta, no se hace nada, todo sigue igual, como si no hubiera ocurrido. Las autoridades dejan que se quebranten las leyes, se ha hecho una costumbre el no aplicarlas, ya sea para evitarse la fatiga de hacer la denuncia o por intereses particulares, corrupción y favores políticos.

Pero me encabrona la impunidad, que traten de burlarse de nosotros, que quienes violan la Constitución se crean inmunes, que piensen que nunca les va a pasar nada, que en este país no pasa nada con quienes quebrantan el contrato social, que nadie haga nada... Lo que más molesta es que exista la ley y no se respete, que nos hagamos tontos. Avergüenza la farsa, la mentira y la simulación de que en México existe un Estado de derecho. Si algo ha imperado en nuestro país desde hace décadas es el incumplimiento de la ley. Los intereses particulares son más fuertes que la legalidad y la justicia.

La Constitución sólo se aplica cuando a alguien le conviene. Por ejemplo, la Procuraduría General de la República ha dicho que al interponer la acción de inconstitucionalidad contra los matrimonios gay en la Ciudad de México, sólo hace cumplir la ley, cuando en realidad el gobierno federal quiere imponer su muy personal punto de vista al decidir acatarla, después de que Felipe Calderón se reuniera con los jerarcas católicos que temen a los matrimonios gay casi tanto como al diablo. Sólo un ejemplo: si se quisiera acatar la Constitución mexicana, se podría empezar por su artículo cuarto, que establece que toda persona tiene derecho a la protección de la salud, a un medio ambiente adecuado para su desarrollo y bienestar, a una vivienda digna, y los niñas y las niñas tienen derecho a la satisfacción de sus necesidad de alimentación, salud y educación...

¿Cuántas acciones de inconstitucionalidad no llevaríamos a cabo para que se cumplieran estos dictados? De parte del gobierno federal ninguna, porque eso no está dentro de sus intereses y por lo tanto, podemos hacer como que en México la Constitución siempre se respeta, que México es un país de leyes.

Al fin y al cabo, lo tratado aquí es un asunto de educación cívica, la idea que muchos tienen de que es mejor desobedecer la ley, que acatarla, es un problema cultural de los mexicanos. Es más fácil y rápido, más cómodo. Lamentablemente impera el interés personal, la necesidad o la ambición de dinero sobre los principios cívicos y éticos.

Por eso siento impotencia ante la realidad cotidiana, ante los políticos; es la impotencia la que a veces me hace llorar.

Posdata: Para más información, revise la edición de la revista eme-equis sobre la cultura de la ilegalidad en México.

morel

viernes, 5 de febrero de 2010

Contra el feminismo barato. La gramática no tiene sexo



Digamos una cosa: la gramática no tiene sexo. Tampoco religión, partido político (aunque detesta el sospechosismo y la abusivez) o equipo de futbol preferido. La gramática establece una serie de normas -muchas arbitrarias- que ayudan a comunicarnos. Nada más. Ahora: que haya mujeres, hombres, instituciones y gobiernos que la usen como pretexto para jactarse de que defienden la igualdad de género, es una franca ridiculez. 

¿Cuántos veces hemos visto que Lydia Cacho (respetable feminista) escribe "las y los mexicanos"? Un verdadero atentado contra la correcta escritura, y no es que nos ufanemos de ser los paladines de la academia de la lengua ni los protectores del idioma, tan sólo es cuestión de sentido común: ¿qué quiere decir "las y los mexicanos"? ¿Que soy moderna, democrática y apoyo las mejores causas, que soy una mujer comprometida? Más bien: una pantalla que dice que soy políticamente correcto, una simpleza que se utiliza para no llegar al fondo del problema de la igualdad entre personas de diferente sexo, un mero artificio que no sirve de nada frente a la condición en que viven muchas mujeres en México. 

Agregar un artículo antes de cada sustantivo (en plural, considerado neutro porque abarca los dos géneros gramaticales) no resuelve el problema, sólo lo disfraza. Es pura pantalla. Es la faramalla que el habliche de Vicente Fox puso de moda con su chabacanería. Además: se ve feo, es de mal gusto e incorrecto. En todo caso deberíamos decir: "las mexicanas y los mexicanos", no usar los dos artículos para una sola palabra. Lo malo: los ejemplos se repiten en todos lados, en las organizaciones no gubernamentales que se dicen feministas, en los institutos de la mujer dependientes del gobierno, entre los periodistas (¿o debería escribir "las y los periodistas"?), en la propaganda oficial (por ahí anda un anuncio que dice "las y los niños de México"). Lo peor: si no te expresas conforme a los últimos dictados de la moda feminista, te tachan de ser misógino y macho y de menospreciar a las mujeres. Lo cual es todo lo contrario (y no expreso aquí mis sinceros halagos a la mujer sólo por timidez). 

No es muy complicado de entender: la gramática en español establece que se usan los sustantivos en plural masculino cuando queremos referirnos a los dos géneros, entonces se convierte en una palabra neutra, sin género ni discriminación, mucho menos excluyente o misógina o injusta. La palabra no puede hacer eso, son los humanos (iba poner hombres pero temí el linchamiento) quienes le dan el significado y el simbolismo, quienes le atribuyen intereses, odios, antipatías, manías y fobias. Repetimos: la gramática no tiene sexo... Aunque, pensándolo bien, tal vez desee, tan sólo, algunas tiernas caricias que la hagan sentir comprendida -pero eso ya es muy cosa de ella.

morel

martes, 19 de enero de 2010

¿dios o la naturaleza?



Y aunque cada individuo es dueño de su destino, con frecuencia aseguramos que la culpa de nuestros males es dios o la naturaleza.

Haití, 12 de enero de 2010


 
¿Quién es más poderoso?
¿dios o la naturaleza?
¿puede dios contener la fuerza de la tierra, del agua, del viento?
¿puede la naturaleza impedir los castigos del señor?
yo creo más en la naturaleza, creo que le gana a dios
creo que, al fin y al cabo, el ser humano siempre pierde porque no sabe con quién negociar.

viernes, 15 de enero de 2010

1910-2010


"No un rumor, sino un temblor, pareció prolongar aquel grito."
Martín Luis Guzmán, La sombra del Caudillo

Llegó el año del centenario de la Revolución mexicana: 2010, una fecha que se toma como predestinada para un cambio en nuestro país. No sabemos en qué sentido, pero los ánimos se enardecen y se habla de otra revolución, de armas y violencia.

Y claro, hay razones para pensar en ello. Sucede que México está estancado en un camino sin destino claro. Nadie sabe hacia dónde vamos. No hay una idea de país, un ideal de cómo (re)construir México. Parece que eso quedó en el pasado, en el México que concibieron los liberales de la Reforma, en el que construyó Porfirio Díaz, en la nación por la que lucharon los hombres de la Revolución, en el país que se forjó en la primera mitad del siglo XX.

Pero hace varias décadas que no hay una nueva propuesta de México en la cual creer, para que unidos nos dirijamos hacia esa meta, hagamos todo para lograr ese gran fin que nos saque del letargo y -aunque suene cursi- enfoquemos toda nuestra energía para llegar al destino que nos hemos planteado. El filósofo Guillermo Hurtado habla de que hemos perdido nuestro sentido de existencia colectiva como nación, y habría que agregar que algunos de nosotros, en este ambiente sombrío, también hemos perdido nuestro propio sentido de existencia ante la falta de expectativas, ante los esfuerzos frustrados, ante la voz que cae en el vacío: sólo hay dudas, incertidumbre y miles de preguntas. Ya no creemos en el futuro, hemos perdido la confianza de alcanzarlo, de controlarlo. Para otros más, la vida, simplemente, no vale nada, como cantó José Alfredo Jiménez.

Sobre nosotros aun cae la "vieja lágrima" que brotó hace muchas generaciones, como escribió Luis G. Urbina:

[…] Y no soy yo: son los que fueron;
mis genitores tristes; es mi raza;
los espíritus apesadumbrados,
      las carnes flageladas;
milenarios anhelos imposibles,
      místicas esperanzas,
melancolías bruscas y salvajes,
cóleras impotentes y selváticas.

Hay desesperanza en el ambiente. Lo notamos a diario: "Así no se puede... pero qué le vamos a hacer", "Es imposible", "Siempre es lo mismo", "No puede ser". ¿Y qué pasa con esos comentarios? Nada, pero seguramente pasará algo.

México está herido. ¿Habrá quienes que crean en el destino que nos sugieren las fechas de nuestra historia? ¿El 2010 nos traerá violencia? Alguna vez escuché que los mexicanos somos como un león agazapado, que resiste, espera, aguanta hasta el momento preciso para atacar, para quitarse los obstáculos y avanzar de nuevo. ¿Será?


*     *     *

Felipe Calderón se adelantó a calmar los ánimos insurgentes, los que llaman a un movimiento armado como el que ocurrió hace cien años. Teme que tanto inconformismo, tanta desigualdad y pobreza, tanto rencor guardado por décadas, tanta gente que no tiene nada que perder, provoquen un estallido que acabe con su gobierno. Por lo tanto, se apropió de la revolución y pretende encauzarla.

"Es hora de detonar las profundas transformaciones que requiere nuestro país para consolidarse como nación democrática y equitativa; la nación independiente por la que lucharon Hidalgo y Morelos, la nación democrática y justa por la que lucharon Madero, Zapata y miles de revolucionarios", afirmó Calderón el pasado 20 de noviembre en la explanada Francisco I. Madero de Los Pinos, donde los panistas han conmemorado, desde su llegada al poder, cada aniversario del inicio de la Revolución mexicana. 2010 es el año de la recuperación económica, comentó hace unos días, aunque en su boca se oye como una falsa esperanza.

Así las cosas, este año -según Calderón- no será para revueltas ni violencia (exclusiva del narcotráfico), sino de transformaciones pacíficas, tan profundas que tendrán la intensidad de una gloriosa revolución, y como tal será grabado en la historia de México.

Por su parte, el escritor Carlos Fuentes, en vísperas de los centenarios, llamó a la renovación nacional, se pronunció a favor de que, a diferencia de los últimos dos siglos, este año diez no traiga consigo un estallido de violencia. "Vamos a movernos, pero yo espero que no sea un movimiento violento. […] Espero que le demos prioridad a la educación, a la justicia, al pluralismo, ante un país muy dividido, con estructuras políticas muy endebles, con partidos políticos nada confiables, con personalidades públicas menos que confiables". En el mismo sentido, Enrique Florescano, historiador, expuso: "Nuestro estado es reproductor de desigualdad. […] Su ineficacia lo ha hecho perder legitimidad ante los ciudadanos"; una visión representativa de esta época, y más aún cuando la complementa con su resignación (¿conformismo, pereza, indiferencia, desesperanza, frustración, desengaño?): "Del Estado sólo podemos esperar que sea lo menos malo posible, pero que sea".

Y como colofón, el Poder Judicial de la Federación transmite desde hace varias semanas un anuncio en radio, bajo la misma línea que el gobierno federal, en el que fija su posición frente los centenarios de 2010. Carente de originalidad, en un tono cursi e inverosímil, el audio termina con una voz que advierte: "Debemos transitar por el tranquilo caudal de la paz, para encontrar el ancho mar de la justicia". ¿Así o más ridículo y pretencioso? ¿Será efectivo el mensaje? No imagino a alguien que, pensando en la posibilidad de tomar el camino de la violencia o apoyar un movimiento armado, reconsidere su propósito y haga caso a los consejos del justiciero Poder Judicial.


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En el año del Bicentenario del inicio de la Independencia y el Centenario de la Revolución, el gobierno federal ha demostrado su incapacidad para conmemorar actos de tal magnitud, no tiene idea de lo que significa. La comisión creada especialmente para organizar los festejos ha cambiado varias veces de dirigente; el arco del bicentenario no es tal, es una torre sin chiste, un palo que será clavado sobre Paseo de la Reforma sin que nadie se sienta identificado con él; los festejos de los gobiernos estatales van desde la creación de la famosa papa "Corregidora" hasta carnavales, nadie reflexiona en realidad sobre qué significan los procesos que ha vivido México, sólo se unen al despilfarro a favor de la patria, a la faramalla que resulta de gastar el presupuesto en actos meramente efectistas, sin entender qué debemos conmemorar en 2010.

Las autoridades no tienen aprecio, no valoran realmente la historia mexicana, parecen ajenos a ella. El gobierno federal pensó una campaña francamente ridícula, llamada "Orgullosamente mexicanos", de la cual recuerdo a unos niños con la playera de la selección mexicana de futbol y un balón en las manos, muy alegres, muy sonrientes, dicen que todos debemos celebrar el nacimiento de nuestro país y sentirnos orgullosos de ser mexicanos. ¡¿Eso significa para las autoridades la independencia de México?! ¿Esa es su interpretación del proceso histórico que ha vivido el país en 200 años? Qué mediocre, la verdad; qué limitados e ignorantes.

Podemos sugerir una causa de esa indiferencia: el Partido Acción Nacional no se identifica con la Revolución, no se asume como producto de ella (tal es el caso del PRI), no tiene nada qué agradecerle ni nada qué celebrar por sus 100 años. Al contrario, se considera su víctima, pues ese partido desde sus inicios fue respaldado por gente adinerada -como los hacendados que fueron despojados de sus grandes propiedades con el reparto agrario- y por la jerarquía católica, afectada por el laicismo de los revolucionarios, que la llevó a encabezar un movimiento armado conocido como la guerra cristera.

Nada comparado con lo que hizo hace un siglo Porfirio Díaz, cuando México ya era reconocido internacionalmente y tenía el prestigio de ser una nación en pleno desarrollo. Entonces se hizo el Ángel de la Independencia, se publicó la excelente antología de literatura mexicana escrita en el primer siglo de vida independiente, se fundó la Universidad Nacional. Tres grandes acciones, de entre muchas otras, que no han perdido vigencia y aún forman parte de la identidad de México. Este 2010 no se ve algo que pueda llegar a ese nivel.

Si queremos conmemorar los 200 años de independencia y los 100 de la revolución, por qué no honrar los festejos con el objetivo de recuperar la buena imagen de México ante el mundo, por qué no acabar con la impunidad y los privilegios de los políticos, con sus gordas quincenas, con el despilfarro del erario, por qué no disminuir en realidad la pobreza, la injusticia, por qué no impulsar un nuevo y eficiente proyecto educativo (con perdón de la Gordillo).

Y desde aquí propongo una sola propuesta que es viable y relativamente fácil de llevar a cabo: un complejo de cines que se dedique de manera primordial a la difusión del cine nacional y latinoamericano; apuesto que todos lo celebrarían, incluso los demás países de América, quienes tienen el mismo problema que México en cuanto a la nula distribución de sus películas en los cines comerciales, cuyas carteleras son acaparadas por la cintas hollywoodenses. Un espacio para la exhibición de nuestro cine es vital y necesario, puede ser un buen negocio e incluso sería causa de elogio.


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Hace tiempo Octavio Paz hablaba de la falta de cultura política de los mexicanos para evitar que los cambios necesarios se hicieran por medio de la fuerza y la violencia; decía que para lograr una transformación es preferible tener una conciencia ciudadana para organizarse y luchar por medios institucionales. Actualmente, esto se ve muy difícil.

Porfirio Díaz afirmaba lo mismo antes de la revolución. En 1908 expresó que México estaba listo para la democracia: "He esperado pacientemente el día en que el pueblo mexicano esté preparado para escoger y cambiar a sus gobernantes en cada elección, sin peligro de revoluciones armadas, sin atentar contra el crédito nacional y sin estorbar el progreso del país. Creo que este momento ha llegado…".

Francisco Ignacio Madero, después de ganar la revolución y llegar a la Presidencia de la República, instó a seguir la transformación en la arena política, por la vía pacífica e institucional, ya no por las armas, llamado que poco influyó en los que lo derrocaron y asesinaron 18 meses después.

Después de años de sangre y violencia por el poder, de la muerte de Venustiano Carranza y Álvaro Obregón, llegó Plutarco Elías Calles a decir que ahora sí era tiempo de acabar con el caudillismo, que México debía encauzar sus ánimos por medio de las instituciones, que ya no debía intentar la vía armada para transformarse a sí mismo. Pero han pasado ya cien años desde la Revolución mexicana y ¿qué hemos logrado? ¿Por qué no podemos decir con seguridad que no habrá un estallido social? ¿Por qué se piensa en la Revolución nuevamente? Porque todo sigue igual en el fondo.

En 1915, un escritor y periodista que vivió la revolución, Martín Luis Guzmán, expresó:

[…] No cabe duda de que el problema que México no acierta a resolver es un problema de naturaleza principalmente espiritual. Nuestro desorden económico, grande como es, no influye sino en segundo término, y persistirá en tanto que nuestro ambiente espiritual no cambie. Perdemos el tiempo cuando, de buena o mala fe, vamos en busca de los orígenes de nuestros males hasta la desaparición de los viejos repartimientos de la tierra y otras causas análogas. Éstas, de gran importancia en sí mismas, por ningún concepto han de considerarse supremas. Las fuentes del mal están en otra parte: están en los espíritus, de antaño débiles e inmorales, de la clase directora; en el espíritu del criollo, en el espíritu del mestizo, para quienes ha de pensarse en la obra educativa. […] He querido poner de manifiesto el dato interno que apunta por entre la maleza de conceptos fragmentarios que han informado nuestra vida política doctrinal: padecemos penuria del espíritu.

No soy escéptico respecto de mi patria, ni menos se me ha de tener por poco amante de ella. Pero, a decir verdad, no puedo admitir ninguna esperanza que se funde en el desconocimiento de nuestros defectos.

Nuestras contiendas políticas interminables; nuestro fracaso en todas las formas de gobierno; nuestra incapacidad para construir […], todo anuncia, sin ningún género de duda, un mal persistente y terrible, que no ha hallado, ni puede hallar, remedio en nuestras constituciones ni depende tampoco exclusivamente de nuestros gobernantes […].

La reflexión, la idea de Martín Luis Guzmán persiste en el aire de México; me adhiero a ella. No por nada escribió José Vasconcelos: "Por mi raza hablará el espíritu".


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1910-2010: ¿Qué esperamos? Lo que estemos dispuestos a hacer.

Definitivamente a este país le hace falta un temblor (no es literal), algo que cimbre la estructura, una sacudida al sistema, un chingadazo en la cara de cada uno de nosotros para que despertemos, para que de este hartazgo y esta inconformidad en que nos refugiamos surja otro México, más adecuado a este tiempo que pasa como el viento y todo se lleva, y a este mundo que avanza a la velocidad de la luz, cuando aquí andamos en tortuga o en burro.

Hay que tirar ideas y una que otra cosa, desechar lo preestablecido, revolcar, acabar de una vez por todas con figuras y mitos que ya no nos sirven. Avanzar a contracorriente, provocar, causar un alboroto, ir contra el lugar común, echar una chispa que desentuma las cabezas, que altere las conciencias, quitarnos ese marasmo, acabar con el estancamiento que creemos que es eterno, descongelar la mente, el espíritu, y dejarlo en libertad, que haga lo que se le dé la gana. Arriesgarnos, aventarnos al vacío, derrumbarnos, caer hasta el fondo, estar casi muertos: sólo así entenderemos que es hora de levantarnos: equivocarnos, errar y levantarnos, intentar nuevamente hasta el cansancio, hasta lograr lo que deseamos.

Esto es una cuestión individual, creo que esta vez la revolución es interna, es de cada quién: se trata de destruirnos a nosotros mismos, de golpearnos en la frente, de ir contra sí mismo, de pensar que el único enemigo a vencer está frente al espejo. Basta de echar la culpa al gobierno, a los partidos, a los políticos, a la naturaleza, a la familia, a los amigos, a la pareja, a la televisión; la transformación, el cambio, la revuelta es personal. Desde su trinchera, hacer cada uno lo que le corresponde. Y nada más. De este México todos tenemos la culpa.

Todo esto se puede encauzar, llevar a cabo, a través de la crítica y la autocrítica, enfrentarnos por medio de la disputa, salir del letargo a través del debate, demolernos con la crítica, que de eso algo bueno saldrá. La discusión nos quitará la condición de piedras que lleva el río quien sabe adónde.

Hemos visto que la vía armada dura años, cuesta muchas vidas, abunda en sufrimiento, pocos son los que se benefician con el reparto del poder, después se pelean entre ellos, hacen una reforma para calmar los ánimos y al final la mayoría de los ciudadanos se quedan como siempre, esperando…

La revolución empieza por uno mismo. Eso creo. Es más lenta pero más segura, más sólida y más duradera. Comienza por la educación de sí mismo, la tolerancia, ser justo con los demás y pensar siempre en el otro.

Regularmente la gente quiere paz y tranquilidad, una vida estable que la deje disfrutar de este mundo. Sin embargo, esto es la simple postura, la humilde opinión de uno de los más de cien millones de personas que vivimos en México. Aunque no se desee una revuelta armada, aunque uno no la quiera, la revolución brota, surge sin pedir permiso, la violencia es espontánea, es un estallido producto de la pasión, y la razón no puede controlarla, se queda paralizada sin lograr hacer nada. Cuando alguien se enfurece por cualquier causa, se echa todo encima, se avienta sin siquiera pensarlo: algo semejante pasa con la revolución.


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Estas largas palabras quieren abrir la discusión. Y no se piense que no estimo a este país: la crítica es una forma de quererlo. Después de estas líneas, tal vez seamos acusados de "Alta traición", entonces diremos con José Emilio Pacheco:

No amo mi patria.
Su fulgor abstracto
es inasible.
Pero (aunque suene mal)
daría la vida
por diez lugares suyos,
cierta gente,
puertos, bosques de pinos,
fortalezas,
una ciudad deshecha,
gris, monstruosa,
varias figuras de su historia,
montañas
-y tres o cuatro ríos.

Al final, lo único que nos puede quedar, lo único que podemos presumir como nuestro, es el entusiasmo de seguir a pesar de todo. La Revolución hace mucho que está muerta, pero forma parte de la memoria colectiva, es un símbolo que sigue en la mente, en el corazón, en el alma y en el espíritu de la mayoría de los mexicanos. No nos estanquemos en los recuerdos, reflexionemos y planeemos el porvenir. Tenemos que hacer memoria y diseñar nuestro futuro como individuos y como nación.

En última instancia siempre nos queda el sueño.

"Vosotros traéis el desengaño; nosotros, la esperanza", dijo un día de hace más de 100 años Manuel Gutiérrez Nájera, como si lo fuera a decir mañana.